Wednesday, April 11, 2007

fuerte de Carchuna IV

NUEVOS PERFILES

El Mando estudia y decide la organización de otra salida. Hay que evitar nuevos tropiezos, que podrían ser fatales. Se prepara todo para el día siguiente. ¡Qué veinticuatro horas!

Un enlace, llamado León, muy serio él, le dijo al teniente Ayudante de Bárzana:-Vamos al Cuerpo de Ejército.

Había que repetir la suerte. Pero ahora con éxito. El Teniente Ayudante tenía la misión nada menos de dirigir el asalto al Fuerte de Carchuna.

Regresó a su sitio. Los comentarios discretos naturales.

Durante el día se hace alguna que otra modificación entre los expedicionarios. Se quitan algunos. Se agregan otros. Alguien dijo:-Entre los treinta, un Comisario.

Voluntariamente surgió uno:-Yo –dijo secamente.

Era el Comisario de una Compañía de la 55 Brigada, camarada Romero.

A las diez de la noche del día 23 ya están metidos en una barca los expedicionarios. Un Sargento pasó lista. Estaban todos. El Jefe de la expedición y un Sargento dieron la novedad, diciendo que había algunos, casi todos mareados. El mar, que estaba enfurecido y travieso, hacía de la embarcación un juguete.Saldrían todos mareados.

Bárzana no estaba ya para dificultades:-Si están mareados, que sigan mareados. En el llano de Carchuna se refrescarán cuando desembarquen.

Se acercaba la hora de la partida. Faltaba aún otra barca. No había disponible.

Bárzana ordena al enlace León:-Busca un bote, o cualquier cosa.

Traen una lancha de remos. Se ata con una cuerda a la otra motora. Son ya inseparables. En la de remos montan varios soldados de la 55 Brigada, el Teniente evadido Joaquín Fernández, dos guerrilleros y el Comisario Romero. En la motora, el Jefe de la expedición, Teniente Bill; el Ayudante de Bárzana, y quince soldados.

El mar se había aquietado imperceptiblemente.

Todos embarcados. La suerte, nuevamente, estaba echada. Con rumbo a la aventura, puños en alto, en la mente las ideas de liberación, las barcas, más que al impulso del motor mecánico, empezaron a surcar al impulso de los corazones de los expedicionarios.


EN MARCHA

Las embarcaciones van cargadas de moral combativa. Con esa moral sobre ruta segura, se llega bien a la altura del Faro de Sacratif, cuyos destellos de siempre no iluminan, desde que estamos en guerra, un sector distinto del paisaje, como en los tiempos de paz. En un sitio muy cercano está fijado el lugar del desembarco. Ha llegado la hora. Pero la barca motora no puede atracar. No puede. Ha de hacerlo la de remos. Esta volverá varias veces, las que sean precisas, para recoger al resto de los expedicionarios, al material.

Los primeros en desembarcar de la barca de remos son: Joaquín Fernández, Secundino Alvarez, Esteban Alonso, el Comisario Romero, dos soldados de la 55 Brigada y tres guerrilleros. Vuelve la barca por otros y embarcan el Jefe de la expedición, guerrilleros y soldados de la 55.Atracan. La motora, que se ha decidido atraque también, pues el tiempo apremia, tropieza con unas rocas. La barca de remos, que sale a su encuentro, también va a dar contra las rocas mismas.

Los que quedan sin desembarcar no tienen más que un recurso: tirarse al agua. Así lo hacen. Agua al cuello –al cuello mismo-, se dirigen a la costa. Idas y venidas. El material hay que desembarcarlo también. Agua al cuello. Todos chorreando. Tiritaban de frío sobre la costa enemiga. Del material surgen dos botellas de coñac. Se consumen. La reacción es inmediata. Todos contentos y decididos. La playa, solitaria. Nadie ajeno a nuestros combatientes había divisado nada.

En tierra firme, en tierra del enemigo, había que hacer cumplir la consigna heroica: -Las barcas que regresen a sus bases. No nos harán falta. O vencemos o morimos.

Las barcas, en efecto, por idéntica ruta, regresaron a la base leal de Castell de Ferro.

Secundino, uno de los Tenientes evadidos, dice:-A ver: dos enlaces conmigo para ver la chabola de los carabineros.

Esta chabola está un poco antes del Fuerte. Secundino, como el resto de los Tenientes evadidos, conoce bien el terreno. Van. La reconocen. No encuentran en ella a nadie. Es la primera precaución. Se decide meter en la chabola todas las bombas. Trescientas cincuenta, aproximadamente.

Con Joaquín, otro de los Tenientes evadidos, van dos guerrilleros, un tirador y un enlace. Llevan su fusil ametrallador. Su misión es cortar los hilos del teléfono.

Tres guerrilleros y dos soldados fueron a vigilar la carretera que parte del Fuerte al puesto de mando enemigo.

Dos guerrilleros y un Teniente de la 55 Brigada –Pérez Lupión-, con un fusil ametrallador, se colocan hacia Calahonda.

Faltaba el grupo asaltante. El Jefe de la expedición, el Teniente Bill, dijo al Teniente Ayudante de Bárzana: -¿Sabes cuál es tu misión?- A lo que contestó resuelto:-Ir a asaltar el Fuerte.

El ataque quedaba organizado.

Mientras tanto...


EN LA LÍNEA LEAL...

En la línea leal –primera línea—el reloj de la incertidumbre avanza mucho más que el reloj del tiempo. Los oídos están vigilantes. La duda balancea por todos los cuerpos. Las miradas, en el horizonte obscuro, están fijas. Quieren penetrar en lo impenetrable. No hay que desesperar. Sin embargo, a todos les parece descubrir el apuntar del día. Mas quedan todavía varias horas de la noche. Durante ellas ha de desarrollarse todo.

Las órdenes estaban dadas con exactitud cronométrica. Sobre el plano, habían corrido los instrumentos científicos, midiendo distancias, calculando hasta el último metro del terreno para asegurar también hasta la última gota de la preciosa sangre asturiana.

Entre nuestras posiciones y las facciosas, en la tierra de nadie, dos barrancos se extienden, dificultando uno de ellos el camino de los fugitivos. Frente a nuestras líneas está el de Rijana. Más allá, el de Torilejo, y delante del de Vizcaína están las posiciones enemigas. La blanca cinta de la carretera atraviesa al de Torilejo, serpenteando por el sur de este escenario de guerra.

La Compañía Especial de la 221 Brigada, al mando de su Capitán, Corral, y con su Comisario, Víctor Ballesteros, pasado el barranco de Rijana, se coloca ante el de Torilejo, estableciendo allí su base de partida para el ataque. Tiene orden de realizarlo tan pronto oiga el fuego que sobre Calahonda harán los asturianos. Despejará su camino, apoderándose de las posiciones enemigas del barranco Vizcaína. Tiene gran importancia su misión. Las máquinas enemigas baten el puente de la carretera sobre el barranco Torilejo, y sus balas llegarían, asesinas, a destruir vidas y esperanzas. Hay que destruir los nidos de estas máquinas por encima de todo; los destruirán. La Compañía Especial, con sus bombas de mano, espera los tiros de Calahonda, que serán la señal de su ataque.

La ilusión, la esperanza, la seguridad, flotaban en el ambiente. Al fracaso nadie se entrega.

Siguen transcurriendo los minutos. Por un segundo debiera ser de día. Ver, saber. Luz durante un momento. La noticia, la información. Una señal indicadora de la actuación. Todo se ignora hasta el momento. Se hacen los cálculos. Salieron a tal hora. Se preveen ciertas naturales dificultades. Seguramente nadie piensa en las rocas, en el agua hasta la garganta de los expedicionarios. No corría tanto el tiempo. Pero cada minuto era una hora cuando menos. Para comprender estos momentos hace falta vivirlos.

Impensadamente, cuando se hacían los cálculos más inverosímiles, las embarcaciones llegan. Ya hay luz, ya es de día en los cerebros. Sin que hable nadie, sin que informe nadie, se sabe que otra etapa de la arriesgada empresa de libertar a los asturianos está cumplida gloriosamente.

-Han desembarcado. No cabe duda. Ya están ante el Fuerte.

-¡Viva la República!

José María Galán, Jefe del XXIII Cuerpo de Ejército, y su Comisario, Areste; Comandante Pedrosa y Comisario Barberá; Bárzana y Piñero; otros más, están en primera línea. En el mástil de la seguridad sigue ondeando la bandera de gloria. Han desembarcado. Ya se habría iniciado.


EL ASALTO

El grupo asaltante, al mando del Teniente Ayudante de Bárzana, marchó, optimista, hacia el Fuerte. Previamente el grupo quedó dividido a su vez en tres. Uno lo mandaba Secundino con los soldados. Otro, Muriel, con tres soldados también. El otro, Esteban Alonso, con tres soldados igualmente.

Se adelanta hacia el Fuerte en columna de a uno. Ya en las proximidades, el Ayudante da la orden de “cuerpo a tierra”.Manda que la gente siga a los Jefes nombrados. Los soldados obedecen. Se acercan al muro del Fuerte sin que nadie se dé cuenta. Se da la orden de cercar todo el edificio para que nadie pueda escapar. En un chaflán está la cocina. En él se guarecen los cuatro jefes. Ven venir hacia él a un asturiano tapado con manta. No se divisa ningún centinela. Uno de los Jefes se acerca al asturiano. Y le pregunta: -¿Tú eres asturiano?

Éste reconoció la voz de su paisano.

-Me cachi en diez –contestó lleno de sorpresa-. ¿Venís desde Asturias andando?

-¡Calla! Ahora, hacia la puerta central del Fuerte.

Dos centinelas enemigos.

-¡Alto! –dicen ya los nuestros- A los centinelas se les cae el fusil de las manos. Ponen, en efecto, los brazos en alto. Los nuestros saben mandar.

-¿Quién hay más de centinela?

Nuestros dos primeros prisioneros declaran: -Allí fuera hay uno.

El Teniente Muriel va en su busca. El centinela lo ve y hace mención de disparar. Muriel, más rápido, le hace fuego. Lo hiere en las piernas. Allí quedó.

Ha empezado el fuego. Ya es todo rapidísimo.

Joaquín se había unido al grupo. Había quedado cumplida su misión. Las líneas telefónicas, cortadas. Ocho hilos. Todos, cortados. Cuando va hacia el grupo, a diez metros, un disparo de un centinela. La bala le pasa entre las piernas. Puedo quedar muerto. El centinela carga otra vez. Joaquín tira al suelo el fusil ametrallador que llevaba. Era la lucha cuerpo a cuerpo la que se imponía. Avanza rápido sobre él. Con una mano desvía el cañón del fusil enemigo. Con la otra aprieta la garganta del centinela, que momentos después dejaba de serlo. Juntos los Jefes, vencida la guardia de fuera, ha llegado el momento. Nadie se ha puesto de acuerdo. Pero a la vez, como si fuera una sola voz, gritan:

-¡Viva la República! ¡Salud, asturianos! ¡Aquí estamos nosotros!

Nadie contesta ni sale.

Secundino, Esteban y el Ayudante entraron en el Fuerte. Se dirigen a la habitación del Alférez y de los Sargentos. Abren las puertas y enfocan con sus linternas.

El Alférez se entrega. Los Sargentos dormían juntos en un cuarto. Despertaron sobresaltados. Gritos. Vivas. Pisadas fuertes. Montan el cerrojo.

Una voz conocida, la de un Teniente evadido, dice: -¡Guerrero, salte, que no te pasará nada!

Guerrero sale. Algunos de los que quedaron en el cuarto dispararon hacia fuera, sin consecuencias. Creían que era una emboscada fascista. Los nuestros disparan también un fusil ametrallador, y siguen sin entregarse. Se meten debajo de la cama. Se lanza una bomba. La detonación los vuelve locos. Después van saliendo, manos arriba. Quedan detenidos.

Se va penetrando en las demás habitaciones. Los soldados de la guarnición se van entregando. Los asturianos, que ya se han dado cuenta, gritan:-¡Viva la República! ¡Viva Asturias!

Querían salir.

-Esperad –se les ordena-.Cuando termine el fuego.

Pero salen. Y se abrazan a los salvadores. Momento de emoción indescriptible.

Quedan muchos más.

El griterío es enorme. Se oye decir:-¡Ya están aquí nuestros salvadores! ¡Esta es la nuestra!

El Fuerte de Carchuna ha sido dominado.


Continuará

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