Monday, April 09, 2007

Fuerte de Carchuna II

CUATRO HÉROES

Los transportaban hacia el Sur. De los campos de concentración de la fría tierra leonesa los asturianos iban hacia la ardorosa Andalucía. El Sur, con toda su belleza, podía significar la muerte, que daría remate a tantos sufrimientos. Pero en el Sur había también hermanos suyos, españoles, que continuaban la lucha, sin la angustiosa estrechez de la zona norteña. Y el deseo, la idea fermentada en sus mentes al caer prisioneros en las montañas de Asturias, se iba afirmando y cobraba nuevos visos de esperanza...

Llegan a Motril los prisioneros. Esto les alegra. El mar azul les da fuerzas y esperanzas para olvidar el látigo que de manera continua les azota moral y materialmente. Miran hacia el mar..., hacia el Este. Allí están los suyos. La idea se va haciendo carne en sus espíritus heroicos.

Son llevados al Fuerte de Carchuna. Sol de plomo. Trabajo agotador en la construcción de un campo de aviación y una carretera militar. Mala comida, malos tratos, el cura...

Pero los asturianos lo resisten todo. Están más al Este. Más cerca de sus hermanos. Oyen de cuando en cuando el estampido del frente, ya cercano donde se lucha por España, por ellos...

Surge la decisión. Desesperada, suicida, gloriosa. Cuatro asturianos se conciertan para jugárselo todo. Todos quisieran participar en la aventura. Pero esto sería imposible. Caerían. Cuatro saldrán en busca de la muerte o de la liberación. Si tienen éxito, los prisioneros oirán tres solitarios cañonazos, que serán la señal de su próxima libertad. Porque los cuatro héroes van para volver. Se jugarán la vida dos veces. Volverán con fuerza nuestra para tomar el Fuerte, armarlos, y, ya todos juntos, arriesgar la carta final.

Son cuatro obreros asturianos, fuertes y decididos. Los cuatro eran Tenientes del Ejército Popular en la lucha asturiana. Bajo su roto vestido siguen siendo Jefes de sus compañeros. Y como Jefes, se jugarán la vida los primeros. Son: Joaquín Fernández Canga, de Sama de Langreo, mecánico, veintidós años robustos y audaces. Con los suyos, combatiendo palmo a palmo, en las brumosas montañas asturianas, con rabia, con desesperación, ante la aviación ítalogermana, avanzada del crimen, cayó prisionero en diciembre de 1937.Y así, Secundino Alvarez Torres, de Sama de Langreo, veinticinco años; Esteban Alonso García, veintitrés años, minero y Cándido López Muriel, veintitrés años, mecánico.

Animo tenso y pulso firme. Estaban otra vez en lucha. No conocían la región. Sólo sabían, y eso les bastaba, que cerca, algo más allá, tronaban los cañones leales.

Dos caminos tenían: el mar y la tierra. Los dos ignorados, los dos difíciles. Pensaron en las barcas pesqueras, que todos los atardeceres dejaban en la playa aquel montón de vida brillante y multicolor. Pero el mar era camino fácil de persecución y ellos... no eran marinos.

Se decidieron por la tierra. Ellos sabían de trochas, montañas y matorrales; ellos sabían de peñascos y de grutas. Ellos sabían matar y morir, notando en sus plantas el calor de la tierra española.

Faltaba elegir el momento. Hasta que una tarde...


LA EVASIÓN

Es difícil evadirse cuando se desconoce el terreno, la situación de las líneas. Pero hay que evadirse. O sublevarse. Esta idea de la sublevación prende primero en el prisionero Joaquín Fernández, hoy, ayer y anteayer Teniente de la República. Secundino, Esteban y Cándido –Tenientes de la España leal también—están de acuerdo. Son cuatro hombres. Pero un solo pensamiento, una sola voluntad. Interpretan a sus soldados. Aman a la carne de su propia carne, al alma de su propia alma.

Planean como altos Jefes militares, dueños de la razón táctica, del secreto de la estrategia. Escrito sobre la imaginación y el acuerdo van quedando formados los grupos.

-Yo me encargo de éstos y tú, de aquellos; tú...

Hay que estudiar a los guardianes, las horas de servicio, la disposición de los mismos. Hay que contar las armas, las municiones de que disponen.. El material. Hay que trazar la maniobra. Conviene ir preparando a algunos. A un grupo de ellos, de los camaradas prisioneros. A cualquiera. Todos son de confianza. Cada Teniente duerme en un dormitorio distinto.

Cada Teniente tiene dos vecinos inmediatos: los que duermen a uno y otro lado. Con palabras imperceptibles casi, pues el silencio de la noche es delator a los guardianes, se comunican los deseos. Conforme. ¡Qué duda cabe!

En marcha todo, el recuento del material pone, por su escasez, una dificultad. ¿Superable? ¿Insuperable? Porque las vidas de los trescientos soldados valen más que las de ellos cuatro, deciden evadirse.


* * *


Joaquín Fernández no descansa, Ha de hacer forzosamente la vida de los demás: el campo de aviación, la pista... Pero como quien saca fuerzas de flaqueza, Joaquín ha de sacar tiempo para trabajar en lo suyo. Se esconde, se pierde, sube al monte. Ve el terreno. Dibuja. Un barranco. Aquella vaguada es protectora. El deseo de ver la línea era obsesión de antiguo. Desde que llegaron a Motril, antes de ser trasladados al Fuerte. Ya está cerca de la línea. El árbol, las palmeras, el matorral, el menor accidente del terreno quedaba dibujado. Había que salvarlo todo.

A la hora de costumbre, Joaquín está en el Fuerte con sus compañeros. Nueva reunión. Conspiración. La emoción de aquellos momentos no ciega la clara visión de nuestros héroes, ni perturba la serenidad admirable de que son dueños.

Por la noche, nueva comunicación con los vecinos del dormitorio.

-Nos evadimos cuatro.

-¿Os pasará algo?.

-Nada puede pasarnos.

-¿Cómo lo sabremos?

-Los estampidos de tres cañonazos os dirán de nuestra presencia en la zona republicana.

-Bien. Pero yo también me voy –resolvían igualmente unos y otros.

-No es posible; sería peor. Disciplina –mandaban ya con cordialidad exquisita los Tenientes.

-Pero , ¿y nosotros? –inquirieron aún.

-¡Somos asturianos! –cerraban la conversación. Y por si quedaba aún alguna duda, nuestros Tenientes repitieron:-¡Somos asturianos!

Estaban en el patio. Era el día 19.Uno de ellos dijo al pasar: “¿Hoy?”Un “sí” de silencio y decisión contestaron las miradas de los demás. La suerte estaba echada.

Adelante.

Logran salir; espaciados y mediante hábiles añagazas se reúnen fuera del Fuerte. Son las seis de la tarde. Marchan hacia el Oeste, en dirección contraria a la suya. Saben lo que se hacen... Cementerio de Carchuna. Se descalzan. Vuelven sobre sus pasos, ya definitivamente hacia las líneas leales...

Ojo avizor, sin armas y descalzos, marchan los asturianos –sombras en la noche— hacia la España leal. Alto. Una guardia enemiga. Silencio. Arrastrándose, rodean y dejan atrás un blocar faccioso. El monte les espera acogedor. Líneas del frente enemigo. Seis horas de rastreo. Manos y pies sangrantes, aspeados, destrozados... Brillo en la mirada.

Un barranco estrecho en silencio absoluto. Tierra de nadie. Siguen adelante, ya confiados. Van ascendiendo la ladera opuesta. Algo se divisa confusamente. Un hombre; por tanto, un soldado. Debe ser centinela leal. Avanzan decididos y en pie. No podrían seguir arrastrándose. Los ve desde lejos. Confían.

Ya más cerca, gritan: “¡Viva la República!” “Salud, camaradas!”... El centinela está en guardia... “¡Alto!” “¡Levantad los brazos!” “¡Subid!”...

¿Quién podría subir una ladera casi escarpada, sobre el cansancio de horas de incertidumbre y de rastrear, pecho a tierra, montañas pedregosas, con los brazos en alto? Sólo ellos. Subieron gritando vivas a Asturias y a la República, que pronto se confundieron con idénticos vivas de nuestros soldados.

Quien no lo haya presenciado no podrá imaginar jamás la emoción profunda que se siente, embargando, cuando un soldado de nuestras líneas abraza a un evadido del campo enemigo. No es para descrita. Besos, abrazos, regalos, preguntas, caricias. Todo es poco. Es más. Mucho más.

Entre los parabienes de unos y de otros, la clara sonrisa de la satisfacción y las palabras de amor entrañable: “Estáis libres; estáis salvados” –repiten los soldados de la 55 Brigada multiplicándose a sí mismos.

Pero otras palabras, tajantes y decisivas, de los cuatro héroes, aunque salidas de los labios de uno de ellos, ponen fin al diálogo.

-No. No estaremos libres y salvados hasta que libres y salvados estén los trescientos asturianos que aun quedan en el Fuerte de Carchuna.

Y una pregunta más:

-¿Dónde está el Mando? Indicadme: ¿Dónde está el Mando?

Eran las tres de la madrugada del día 20.


SE INFORMA EL MANDO

El Comandante Bárzana es el Jefe de la 71 División. El Comandante Bárzana es asturiano. Su ayudante, asturiano también. Bárzana es joven –de esa juventud que tanto prometía y que es hoy una realidad--, inteligente y apasionado.

Procede de Asturias, de la lucha, de la guerra del Norte. Tomó parte en todos los combates. Días duros, de gloria para nuestras armas. Días de avance. Días de repliegue, no menos gloriosos. Intervino con los suyos en empresas arriesgadas, de temeridad. El calor de su juventud era el calor que impulsaba a la lucha. Era calor de la nueva España. Moral de independencia patria en tierras de Vasconia, en las líneas montañesas, en los parapetos asturianos, en el frente granadino...

Bárzana sabe que hay asturianos en el Fuerte Carchuna. El es un Jefe y un asturiano también. Desde que se informa tiene esa preocupación. Carchuna, la costa, el mar, la montaña. Ideas, ideas. Sacarlos, sacarlos. La idea es el germen de toda obra a realizar. Es el principio. Bárzana puso la primera piedra del rescate de los asturianos. Pero Bárzana no se conforma con tan poca cosa. Pensando y pensando... se presenta la oportunidad.


* * *


Han llegado los evadidos a las líneas leales. Son llevados al puesto de Mando del 220 Batallón. Siguen los agasajos. Pero los evadidos están impacientes por hablar al Mando sobre algo que les hormiguea en la cabeza. La liberación de sus compañeros que quedan en el Fuerte.

Traslado al Puesto de Mando de la 55 Brigada y de éste al de la División, por la carretera que alarga sus kilómetros.

Han transpuesto, al fin, los umbrales del Cuartel General. Quieren ver pronto al Jefe de la 71 División. Pronto se hace presente el Jefe. Y, eléctricamente, no voces, sino gritos:

-¡Bárzana! ¡Bárzana! ¡Bárzana!

-¡Joaquín! ¡Secundino! ¡Esteban! ¡Cándido!

Abrazos prolongados. Ya es común la emoción. Los evadidos ven al paisano Comandante, Jefe de la División; al motor que pondrá en marcha sus deseos. Bárzana ve en los evadidos la oportunidad formidable y magnífica para desarrollar su idea.

Muchas preguntas, cambio de impresiones rapidísimo.

Si antes se les pregunta, antes contestan.

-¿Queréis volver?-dijo Bárzana.

Un “si” enérgico y alegre, rotundo y decidido, fue la expresión colectiva de los Tenientes evadidos.

-Hay que disparar tres cañonazos. Hoy mismo. Ahora mismo. Es la señal. La esperan nuestros camaradas, los camaradas de todos nosotros. Señal para ellos de alegría por nuestra evasión y de esperanza por su próximo rescate.

Presurosamente Bárzana dio la orden, que se cumplió momentos después.


* * *


Hay que poner en estudio la operación. Se decide dar cuenta de todo al Jefe del XXIII cuerpo de Ejército, Teniente Coronel Galán. Galán –digámoslo otra vez—es Jefe del XXIII Cuerpo de Ejército. No es asturiano. Pero es español. Y es un Jefe. La serenidad, el espíritu de precaución de éste, como Jefe superior, luchaba con la decisión impulsiva, la prisa, del propulsor de la operación, que era asturiano, el Comandante Bárzana.

Facilidades, obstáculos, pros, contras, jugaban allí, en el despacho de Galán en busca del acierto. Era una de las ocasiones en que necesariamente se tenía que producir el acuerdo afirmativo. Se barajaban datos, cifras, fuerzas, medios, modos. Todo abonaba el éxito. Galán tenía que decir que sí. Galán esperaba su momento, pleno de responsabilidad.

-Conforme –dijo-. Dentro de tres días.

-Dos días –continúa Bárzana.

Terminó Galán:-¡Conforme!


* * *


Los cañonazos fueron disparados por nuestras baterías. Sus ecos, como nunca de alegría y de esperanza, resbalaron por las paredes del Fuerte de Carchuna.


La primera parte del plan estaba cumplida. Faltaba la segunda y más arriesgada: ir por los demás.


Continuará

No comments: