18 de Julio de 1936
Julio en Madrid. Quien no ha pasado un verano trabajando a 40 grados a la sombra no sabe lo que es el infierno. Y ese ogro grasiento de don Elías no para de gritarme órdenes, como si fuese su esclavo en lugar de su empleado. Y quizá no ande equivocado, porque llevo dos meses trabajando gratis, no he visto ni un real del sueldo. Hemos terminado de reparar el camión de la cervecería de don Paco, amigo de mi tiránico jefe, pero la jornada no ha hecho más que comenzar. Espero poder tomarme una semana libre en Agosto, si no voy a acabar desquiciado.
Un momento… ¿Qué es ese griterío en la calle? Dejo la llave inglesa sobre el capó del camión y me acerco a la puerta. Un gentío se dirige, Calle Hortaleza abajo, hacia la Gran Vía. Me parece distinguir siluetas de cascos de acero entre la multitud, cuando la aguardientosa voz de don Elías grazna “Vuelve al trabajo, haragán”. Reprimo una mala mirada y vuelvo resignado al tajo. Pero alguien aparece por la puerta. Una figura corpulenta, en camiseta interior, y con un fusil terciado a la espalda.
-¿Quién está a cargo de este negocio? – grita el hombre al entrar. Don Elías se levanta trabajosamente, y emite un sorprendido “Yo”
-Necesitamos un vehículo, camarada, se ha averiado uno de los camiones que arrastran la artillería.
-¿Artillería? ¿Qué artillería?
-¿Es que no lo sabe? ¡Ha estallado la Revolución!
-Por mí como si viene el Papa de Roma. Yo no soy una hermanita de la caridad. Si quiere un camión, lo paga.
-¿Se atreve a poner resistencia? – el hombre echó mano del fusil.
En estas estaban cuando una nueva figura entró en escena. Un militar, perfectamente uniformado, joven, de ojos grandes y fino bigote. Tenía una gorra de plato de oficial inclinada sobre la cabeza, lo que realzaba su apostura.
-Vamos a ver, Remigio. ¿Qué está ocurriendo aquí?
-Este tipo, Capitán, que se niega a proporcionarnos el camión que necesitamos.
-¿Es eso cierto? – preguntó el Capitán a mi jefe - ¿opone resistencia al ejército de la República y al pueblo de Madrid en armas?
-No es eso, señor, pero es que este camión es propiedad de un amigo, y no quisiera…
El tal Remigio le espetó – ¿Es que no sabe que la propiedad es un robo? – y le arrebató las llaves del cinturón.
El capitán me echó una mirada
Muchacho – me dijo en un tono amable y tranquilizador, con una sonrisa en el rostro - ¿Sabes conducir?
Julio en Madrid. Quien no ha pasado un verano trabajando a 40 grados a la sombra no sabe lo que es el infierno. Y ese ogro grasiento de don Elías no para de gritarme órdenes, como si fuese su esclavo en lugar de su empleado. Y quizá no ande equivocado, porque llevo dos meses trabajando gratis, no he visto ni un real del sueldo. Hemos terminado de reparar el camión de la cervecería de don Paco, amigo de mi tiránico jefe, pero la jornada no ha hecho más que comenzar. Espero poder tomarme una semana libre en Agosto, si no voy a acabar desquiciado.
Un momento… ¿Qué es ese griterío en la calle? Dejo la llave inglesa sobre el capó del camión y me acerco a la puerta. Un gentío se dirige, Calle Hortaleza abajo, hacia la Gran Vía. Me parece distinguir siluetas de cascos de acero entre la multitud, cuando la aguardientosa voz de don Elías grazna “Vuelve al trabajo, haragán”. Reprimo una mala mirada y vuelvo resignado al tajo. Pero alguien aparece por la puerta. Una figura corpulenta, en camiseta interior, y con un fusil terciado a la espalda.
-¿Quién está a cargo de este negocio? – grita el hombre al entrar. Don Elías se levanta trabajosamente, y emite un sorprendido “Yo”
-Necesitamos un vehículo, camarada, se ha averiado uno de los camiones que arrastran la artillería.
-¿Artillería? ¿Qué artillería?
-¿Es que no lo sabe? ¡Ha estallado la Revolución!
-Por mí como si viene el Papa de Roma. Yo no soy una hermanita de la caridad. Si quiere un camión, lo paga.
-¿Se atreve a poner resistencia? – el hombre echó mano del fusil.
En estas estaban cuando una nueva figura entró en escena. Un militar, perfectamente uniformado, joven, de ojos grandes y fino bigote. Tenía una gorra de plato de oficial inclinada sobre la cabeza, lo que realzaba su apostura.
-Vamos a ver, Remigio. ¿Qué está ocurriendo aquí?
-Este tipo, Capitán, que se niega a proporcionarnos el camión que necesitamos.
-¿Es eso cierto? – preguntó el Capitán a mi jefe - ¿opone resistencia al ejército de la República y al pueblo de Madrid en armas?
-No es eso, señor, pero es que este camión es propiedad de un amigo, y no quisiera…
El tal Remigio le espetó – ¿Es que no sabe que la propiedad es un robo? – y le arrebató las llaves del cinturón.
El capitán me echó una mirada
Muchacho – me dijo en un tono amable y tranquilizador, con una sonrisa en el rostro - ¿Sabes conducir?
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