24 de Julio de 1938. Orilla este del Ebro, frente a Miravet.
Anochece. Las últimas tropas en ser convocadas marchan hacia los puntos de partida, amparadas por la oscuridad. La Chusma está en marcha una vez más. Conforta tener cerca a los viejos camaradas, piensa Paolo Erdini, el voluntario italiano. En ellos ha encontrado el hogar que perdió hace ya años, cuando partió camino del exilio. Pero cuántas caras nuevas. Las retiradas que se sucedieron desde Teruel han sido implacables con la Chusma. Los camaradas que llevan desde el 36 ya pueden contarse con los dedos de las manos. Intenta recordar a algunos: a Pelayo, con su boina calada y su peculiar acento; a Martínez, el fiel amigo de Alfredo el Napo, a Damián, el legionario que se les pasó en Ciudad Universitaria… pero sus caras aparecen borrosas en su pensamiento. Debió conservar una foto. Y los que quedan no son mas que despojos de lo que fueron en las heroicas horas de la defensa de Madrid: Napo se ha convertido en un matón de taberna, Bueno ha perdido definitivamente el norte, a Juan Mari y San Rafael se les han subido los galones a la cabeza… Pero si quiere encontrar deshechos humanos no tiene más que mirarse. Desde el último balazo no ha vuelto a ser el mismo. Pasa los días amargado, consumido por los dolores en el vientre. Y ya ni siquiera puede buscar consuelo en la botella. En el hospital fueron muy explícitos: una cogorza más y no lo cuentas. Qué difícil le fue resistirse durante el banquete en honor de los dos años de guerra, unos días atrás en Barcelona.
Muchos de los nuevos proceden de las quintas. La mayoría son unos mocosos, y aunque han recibido un duro entrenamiento, aún no han mirado a la muerte a la cara. Aún no han conocido el frenesí de una batalla, de matar y ser matados. Paolo siente lástima por ellos. Muchos no verán el siguiente amanecer, pues esta noche se prepara una gorda: la República va a pasar el Ebro.
Es un milagro que tras las desastrosas retiradas de la primavera se haya conseguido levantar de la nada un ejército como éste. Por primera vez las cosas parecen bien planificadas, piensa Paolo, que de nuevo se siente entre profesionales, una sensación que le había abandonado desde que dejó África. Los soldados están bien equipados, la moral es excelente. Llevan preparando la maniobra desde hace meses. Paolo rememora las órdenes: una vez en los puntos de partida, dejarán ropa e impedimenta a los de la reserva, salvo la bayoneta, que guardarán consigo. En calzoncillos se arrastrarán hasta la orilla, sumergiéndose en el agua lentamente. Con la bayoneta entre los dientes, cruzarán a nado los doscientos metros que les separan del enemigo. Ante ellos tendrán las avanzadillas del Cuerpo Marroquí de Yagüe, lo más escogido de la tropa fascista. El ultimo respiro antes de matar. Después, en silencio, degollar a los defensores antes de que reparen en su presencia. Acabar con los blocaos con ametralladoras y hacer la señal de paso a la primera oleada, que cruzará en barcas y tenderá los puentes para el material pesado. Después, equiparse y marchar hacia Gandesa, la capital de la comarca. Las primeras horas serán decisivas para el éxito. Dicho así parece fácil, piensa Paolo, pero sabe que habrá bajas. Siempre las hay. A veces se plantea si tanto sufrimiento servirá para algo, si merece la pena luchar por una guerra que parece perdida.
Un muchacho del batallón se le acerca.
-Parece abatido, camarada Erdini. ¡Ánimo, que esta noche les daremos un buen susto a los fascistas!
Paolo mira al muchacho con condescendencia. Es uno de los catalanes, pero ni siquiera recuerda su nombre. Intenta poner su mejor cara, pero sus palabras le contradicen:
-Hoy podemos ganar, bambino, pero la guerra la tenemos perduta desde Teruel.
Dicho esto, nota una palmada en la espalda. Es Benito, el comisario de la Tercera.
-No desmoralices a la cantera, coño.- le dice con una sonrisa.
-Es lo que pienso, sólo eso. No quiere decir que no vaya a luchar hasta dejarme la piel, pero abandonatos per Francia e Inglaterra, poco puede hacerse.
-Pero tú no cuentas con nuestro mejor aliado, Paolo. Quizá le conozcas. Se llama Adolfo Hitler.
- Benito, io no estoy para bromas. Ve a tomarle el pelo a los quintos.
- Estoy hablando en serio. Ese cabrón imperialista no va a quedar saciado hasta que lleve a Europa a una nueva guerra. Y esa será nuestra oportunidad. Veremos qué cara ponen los gabachos y los ingleses cuando se den cuenta que durante todo este tiempo hemos luchado por ellos, para salvar su culo de burgueses capitalistas. ¿es que no has escuchado las palabras de nuestro presidente? Resistir es vencer, camarada.
Eso sí tenía sentido. Sólo hay que prolongar la guerra un poco más, hacer un último esfuerzo. Nadie duda que la guerra europea va a estallar de un momento a otro, y cuando estalle, Inglaterra y Francia no tendrán otra opción que suministrar armas a los héroes de la República. Pensó en esto unos instantes. Por esto sí merecía la pena luchar. Las palabras de Benito le rondarían mucho por la memoria en los meses siguientes. Resistir es vencer. RESISTIR ES VENCER.