Friday, March 23, 2007

Introducción

Noviembre de 1937.
Puesto de comunicaciones de la 134ª Birgada.
Frente de trincheras. Cerca de Quinto, Aragón.


-Diga
-Eh, qué pasa, home.
-Coño, Pelayo, cuánto tiempo. ¿Cómo va eso? ¿Ya estás recuperado?
-Que sí, home. Peru atiende: estaba yo l’otro día andando pol sanatorio este, cuando encontréme con uno d’Asturies, que cuñucía de la mina –el Andresines-, que taba encamau, muy estropeau, cosido a tiros…
-Bueno, me alegro, pero ¿para eso llamas?
-Non, home, non. Déxame falar. Pos resulta que preguntele que cómo es que taba ehí, tan lleixos de Llangreu, y lo que contome vos va a interesar: condo allegó la revolución metiose a miliciano, y, cosas de la vida, allegose a teniente. Face unos meses, nas retiradas d’Asturies cadió preso dos facistas, y enviáronlo, junto con otros mandones al sur. Él acabó enzarrau nun forte da costa, acó Motril, con polo menos tres cienes máis d’oficiales, la mayuría de la campaña do norte…
-A ver si hablas mas claro, Pelayo, que entre lo mal que se oye y ese acento tuyo no me estoy enterando de la mitad.
-Calla, contra, que ahora allega lo máis interesante: resulta que en el forte ese el Andresines tuvo ocasión de cunucer a un republicano distinguíu, qu’estuvo na defensa de Madrid, y cogieronlo nel Ponte dos Franceses. ¿suénate d’algu?
- ¡Romero!
-¡Esautu! Dice el Andresines que non sabe pur qué mais los facistas tratabanlo dimasiao mal, tol día dándole palos, manque taba malparáu y enfermo. Cualquier día ye va murir.
- ¿Y cómo soltaron a tu amigo?
-Ehí quería yo allegar. Andresines y otros tres camaradas fuxeron, máis l’único que está con vida témome qu’es él. Diéronle un tiro desde nostras propias líneas, tomándolo por facista. El forte de marras tá muy cerca del frente, entre sus líneas y la mar. Prometile a Andresines qu’ententaríamos algu, que tú podrías ponele en contacto con el mando.
- Vaya, vaya. Qué noticia. Veré que puedo hacer. No te separes de aparato.

A los pocos días, Juan Mari, recién ascendido a Brigada, y cuatro compañeros escogidos partían con dirección a Linares, donde se reunirían con Pelayo, ya recuperado, para la misión. Alcázar, el Sargento Carlos, Paolo y Damián serían perfectos para la misión. La mayoría conocieron a Romero en Madrid, en los primeros días de la guerra, y les movía un sentimiento de respeto insólito para tratarse de un militar profesional. En cuanto a Damián, Juan Mari lo eligió porque desde Brunete le profesaba un afecto especial, una admiración hacia sus cualidades como soldado. En palabras de Bueno, que había gestionado los traslados, el asunto había de ser llevado con suma discreción, por lo que el viaje se hizo en un automóvil privado, requisado para la ocasión. Tras incontables horas de viaje por un país con las comunicaciones devastadas, el grupo llegó a la ciudad andaluza.

* * *

Pelayo se caló la boina y se ciñó el cinturón de sus viejos pantalones de pana. Había perdido mucho peso. Miró de soslayo a Andrés, que, lejos de mejorar, había caído en una fiebre letárgica e intermitente. Por lo que habían dicho las enfermeras, tenía los días contados. Pelayo se puso el zurrón en bandolera y se acercó al catre de su camarada. Estaba con los ojos cerrados. Respiraba con dificultad. Pelayo le puso la enorme manaza sobre la frente.

-Andresines, compadre. –susurró- ¿duermes?
Andrés garraspeó lánguidamente. –No, Pelayo. – dijo, en un hilo de voz. - ¿así que por fin marchas?
Pelayo asintió.
-Hay una cosa que quiero darte. No duraré mucho tiempo, y no podré cumplir la promesa de volver que les hice a mis hombres. Si cuando lleguéis al fuerte encuentras a un joven sargento, llamado Fermín, quiero que le des esto – Andrés abrió el puño. Pelayo se percató entonces que durante toda su estancia había estado aferrado a algo. Pelayo recogió el objeto de la mano abierta: una bala de máuser engarzada en una cadena dorada. -. Él comprenderá.
-Descuida, Andresines. Ansí harelo. – Pelayo se incorporó, pero Andrés le agarró de la manga de la camisa.
-Pelayo -. Musitó. – Quiero que me prometas algo: que acabaréis con esa víbora de alférez que regenta el fuerte. No le deis tiempo ni a respirar. Fusiladlo sin contemplaciones.
- Ansí harelo. Agora descansa, home.
Pelayo se puso el colgante y se dirigió a la puerta, sin mirar atrás. Cuando salía de la estancia le pareció oir a Andrés hacer un último esfuerzo para decir algo con su voz rasgada. ¿”Suerte”? ¿o quizá “muerte”? A Pelayo lo mismo le daba.

1 comment:

Anonymous said...

Gandes relatos, Luis. Como sigas currándote historias asi tenemos libro, pelicula o serie de TV para dentro de poco. Te lo digo yo.

Dadme un tiempo de trabajo en la TV y le presento todo el proyecto a algún jefazo. Os lo digo yo ;-)

Paolo.