Pedro Martínez nació en 1903 en el madrileño barrio de las Peñuelas, donde trabajó como aprendiz en el taller de repuestos de su familia, negocio que heredó a los veintidós años, a la muerte de su padre. Un año después, gracias al dinero que le proporcionaba el negocio, pudo contraer matrimonio con su novia de toda la vida, una estanquera de Vallecas llamada Concha. A causa de las crisis que atravesaba el país, su negocio quebró, y se vio desempleado y con su mujer en estado de buena esperanza, viviendo de alquiler en un sótano de Usera. Estuvieron malviviendo durante varios años, hasta que, en 1932, Martínez fue admitido en un cuerpo policial de nueva creación, gracias a las gestiones de Federico Pérez, un amigo de la infancia. Repartiendo su tiempo entre su trabajo y el cuidado de su familia, los años pasaron hasta los desgraciados días de 1936. Su único hijo estaba de colonias en Ávila cuando estalló la sublevación, y desde Julio no ha tenido noticias suyas. Su señora tiene el ánimo por los suelos, y su matrimonio va de mal en peor, situación agravada por las largas ausencias del hogar que exige la guerra. Por si fuera poco, su mejor amigo, Pérez, murió en las primeras horas del golpe militar. Sin duda, Martínez ha conocido momentos mejores en su vida, pero eso no le impide que siga cumpliendo con su deber con resignación y sacrificio como las ordenanzas de la Guardia de Asalto requieren.
Tuesday, November 21, 2006
PNJs(VIII): Martínez, guardia de Asalto
Pedro Martínez nació en 1903 en el madrileño barrio de las Peñuelas, donde trabajó como aprendiz en el taller de repuestos de su familia, negocio que heredó a los veintidós años, a la muerte de su padre. Un año después, gracias al dinero que le proporcionaba el negocio, pudo contraer matrimonio con su novia de toda la vida, una estanquera de Vallecas llamada Concha. A causa de las crisis que atravesaba el país, su negocio quebró, y se vio desempleado y con su mujer en estado de buena esperanza, viviendo de alquiler en un sótano de Usera. Estuvieron malviviendo durante varios años, hasta que, en 1932, Martínez fue admitido en un cuerpo policial de nueva creación, gracias a las gestiones de Federico Pérez, un amigo de la infancia. Repartiendo su tiempo entre su trabajo y el cuidado de su familia, los años pasaron hasta los desgraciados días de 1936. Su único hijo estaba de colonias en Ávila cuando estalló la sublevación, y desde Julio no ha tenido noticias suyas. Su señora tiene el ánimo por los suelos, y su matrimonio va de mal en peor, situación agravada por las largas ausencias del hogar que exige la guerra. Por si fuera poco, su mejor amigo, Pérez, murió en las primeras horas del golpe militar. Sin duda, Martínez ha conocido momentos mejores en su vida, pero eso no le impide que siga cumpliendo con su deber con resignación y sacrificio como las ordenanzas de la Guardia de Asalto requieren.
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