La prenda de invierno del ejército español por antonomasia. La infantería los vestía grises pardos, y la Legión verde oliva. Los oficiales los tenían forrados y con cuello vuelto de piel. Eran una prenda muy codiciada y apreciada por los soldados de ambos bandos.
El capote manta tenía un olor montaraz, humano, equidistante del tomillo y de la jara y del cuero seco de las botas o del blando cuero de las abarcas. También olía a sudor, y también olía a pies. Olía a leña verde, a humo denso, a tierra mojada, a polvo; en fin, olía a soldado por todas partes. El capote manta era casi como una tienda de campaña individual, y cuando uno echaba la capucha sobre su sesera se sentía como un castellano en su castillo después de haber bajado el puente levadizo, incomunicado con el exterior, encerrado en sí mismo, metido en su hogar, dueño de sí, cerca de la familia, junto al fuego y la comida caliente. El capote manta era, para hablar con exactitud, como la casa de uno, del mismo modo que el macuto era la despensa, el armario y hasta el desván. En combinación con una manta resultaba ya un lujo increíble, casi un vicio, algo tan voluptuoso como una patricia romana de la decadencia y no faltaba quien lo decía, pero más a lo burro. Si se le echaban encima las cartucheras o el correaje, abrigaba más y dificultaba menos los movimientos[...].
El capote manta era la prenda ideal para dar el parte meteorológico en las madrugadas heladoras o batidas por el agua:
- Mi sargento, ¡qué mañana para destetar hijos de puta!
Rafael García Serrano
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