Friday, March 23, 2007

Introducción

Noviembre de 1937.
Puesto de comunicaciones de la 134ª Birgada.
Frente de trincheras. Cerca de Quinto, Aragón.


-Diga
-Eh, qué pasa, home.
-Coño, Pelayo, cuánto tiempo. ¿Cómo va eso? ¿Ya estás recuperado?
-Que sí, home. Peru atiende: estaba yo l’otro día andando pol sanatorio este, cuando encontréme con uno d’Asturies, que cuñucía de la mina –el Andresines-, que taba encamau, muy estropeau, cosido a tiros…
-Bueno, me alegro, pero ¿para eso llamas?
-Non, home, non. Déxame falar. Pos resulta que preguntele que cómo es que taba ehí, tan lleixos de Llangreu, y lo que contome vos va a interesar: condo allegó la revolución metiose a miliciano, y, cosas de la vida, allegose a teniente. Face unos meses, nas retiradas d’Asturies cadió preso dos facistas, y enviáronlo, junto con otros mandones al sur. Él acabó enzarrau nun forte da costa, acó Motril, con polo menos tres cienes máis d’oficiales, la mayuría de la campaña do norte…
-A ver si hablas mas claro, Pelayo, que entre lo mal que se oye y ese acento tuyo no me estoy enterando de la mitad.
-Calla, contra, que ahora allega lo máis interesante: resulta que en el forte ese el Andresines tuvo ocasión de cunucer a un republicano distinguíu, qu’estuvo na defensa de Madrid, y cogieronlo nel Ponte dos Franceses. ¿suénate d’algu?
- ¡Romero!
-¡Esautu! Dice el Andresines que non sabe pur qué mais los facistas tratabanlo dimasiao mal, tol día dándole palos, manque taba malparáu y enfermo. Cualquier día ye va murir.
- ¿Y cómo soltaron a tu amigo?
-Ehí quería yo allegar. Andresines y otros tres camaradas fuxeron, máis l’único que está con vida témome qu’es él. Diéronle un tiro desde nostras propias líneas, tomándolo por facista. El forte de marras tá muy cerca del frente, entre sus líneas y la mar. Prometile a Andresines qu’ententaríamos algu, que tú podrías ponele en contacto con el mando.
- Vaya, vaya. Qué noticia. Veré que puedo hacer. No te separes de aparato.

A los pocos días, Juan Mari, recién ascendido a Brigada, y cuatro compañeros escogidos partían con dirección a Linares, donde se reunirían con Pelayo, ya recuperado, para la misión. Alcázar, el Sargento Carlos, Paolo y Damián serían perfectos para la misión. La mayoría conocieron a Romero en Madrid, en los primeros días de la guerra, y les movía un sentimiento de respeto insólito para tratarse de un militar profesional. En cuanto a Damián, Juan Mari lo eligió porque desde Brunete le profesaba un afecto especial, una admiración hacia sus cualidades como soldado. En palabras de Bueno, que había gestionado los traslados, el asunto había de ser llevado con suma discreción, por lo que el viaje se hizo en un automóvil privado, requisado para la ocasión. Tras incontables horas de viaje por un país con las comunicaciones devastadas, el grupo llegó a la ciudad andaluza.

* * *

Pelayo se caló la boina y se ciñó el cinturón de sus viejos pantalones de pana. Había perdido mucho peso. Miró de soslayo a Andrés, que, lejos de mejorar, había caído en una fiebre letárgica e intermitente. Por lo que habían dicho las enfermeras, tenía los días contados. Pelayo se puso el zurrón en bandolera y se acercó al catre de su camarada. Estaba con los ojos cerrados. Respiraba con dificultad. Pelayo le puso la enorme manaza sobre la frente.

-Andresines, compadre. –susurró- ¿duermes?
Andrés garraspeó lánguidamente. –No, Pelayo. – dijo, en un hilo de voz. - ¿así que por fin marchas?
Pelayo asintió.
-Hay una cosa que quiero darte. No duraré mucho tiempo, y no podré cumplir la promesa de volver que les hice a mis hombres. Si cuando lleguéis al fuerte encuentras a un joven sargento, llamado Fermín, quiero que le des esto – Andrés abrió el puño. Pelayo se percató entonces que durante toda su estancia había estado aferrado a algo. Pelayo recogió el objeto de la mano abierta: una bala de máuser engarzada en una cadena dorada. -. Él comprenderá.
-Descuida, Andresines. Ansí harelo. – Pelayo se incorporó, pero Andrés le agarró de la manga de la camisa.
-Pelayo -. Musitó. – Quiero que me prometas algo: que acabaréis con esa víbora de alférez que regenta el fuerte. No le deis tiempo ni a respirar. Fusiladlo sin contemplaciones.
- Ansí harelo. Agora descansa, home.
Pelayo se puso el colgante y se dirigió a la puerta, sin mirar atrás. Cuando salía de la estancia le pareció oir a Andrés hacer un último esfuerzo para decir algo con su voz rasgada. ¿”Suerte”? ¿o quizá “muerte”? A Pelayo lo mismo le daba.

Monday, March 19, 2007

Cara al sol por S. de Tejada

En la línea del post anterior, el himno de Falange, compuesto por el mismísimo Jose Antonio, por Rafael Sánchez Mazas, y otros, ilustrado por Saenz de Tejada verso por verso. Magnífico himno e ilustraciones, al servicio de una causa mas discutible.

Cara al sol con la camisa nueva
que tú bordaste rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.
Formaré junto a los compañeros
que hacen guardia sobre los luceros,
impasible el ademán,
y están presentes en nuestro afán.
Si te dicen que caí,
me fui
al puesto que tengo allí.
Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz,
y traerán prendidas cinco rosas,
las flechas de mi haz.
Volverá a reír la primavera,
que por cielo, tierra y mar se espera.
¡Arriba, escuadras, a vencer,
que en España empieza a amanecer!

Escuchar en mp3






























Arte al servicio de los rebeldes: Carlos Saenz de Tejada

Ya que siempre pongo carteles, cuadros, poemas, etc. republicanos, trataré de equilibrar la balanza con unas cuantas estampas del soberbio artista que es Carlos Sáenz de Tejada. Espiritualismo, idealismo, en un estilo mucho menos vanguardista que sus homólogos republicanos, pero que desprenden gran talento y valor estético, esa es mi modesta opinión. Ya me diréis qué os parecen. Quizá no sean los cuadros mas representativos, ni los mas conocidos, pero son los únicos que he encontrado a una resolución aceptable. Disfrutadlos.

















Sunday, March 18, 2007

Belchite: Imágenes

Fotos de hoy en día de la turística, bella y bien urbanizada villa aragonesa, dejada por Franco como testimonio de las atrocidades de los rojos.







Interludio(y III): Septiembre-Octubre, 1937




El 24 de Agosto, con Santander ya cercado por los franquistas y el CTV, se desata la ofensiva de ayuda republicana, consistente en una serie de ataques sucesivos sobre Zaragoza, la gran ciudad aragonesa, fundamental nudo de comunicaciones del frente este. Los republicanos rompen el frente, encabezados por el prestigioso V Cuerpo de Modesto. Pero esta vez Franco no morderá el anzuelo. Mantendrá el núcleo de sus tropas en el Norte mientras las fuerzas republicanas, como ya sucediera en Brunete, el impulso inicial, empecinándose en la conquista de pequeños núcleos, como Belchite, defendido hasta la extenuación por su valerosa guarnición. Zaragoza demostrará ser un objetivo demasiado ambicioso para el Ejército Popular.

Franco emprende sin dilación el ataque sobre lo que queda del Norte. Octubre en Asturias. Tan simbólica fecha llega sin visos de esperanza para los duros combatientes asturianos. Una vez mas, como ya sucediera en 1934, se ven enfrentados a fuerzas profesionales y muy superiores en número, pero ofrecen una resistencia tenacísima. Agotan hasta el último cartucho, y después, combaten con dinamita, con hondas, hasta quedar exangües. Asturias sabe que se juega muchísimo mas que la victoria o la derrota. El fin de Asturias será el fin del símbolo revolucionario por antonomasia. El día 21, con la toma de Avilés y Gijón, la derrota en el norte está consumada. La batalla que Mola pretendía liquidar en dos semanas ha durado cinco meses y ha dejado más de 30.000 muertos republicanos, y al menos 100.000 heridos. A los heróicos defensores que sobreviven sólo les queda soportar las brutales represalias, destinadas a descogotar el orgullo revolucionario astur, humillar a la bestia roja de tal manera que nunca vuelva a levantar la cabeza. Muchos no tendrán otra opción que echarse al monte. El final del frente Norte supone ceder la hegemonía industrial al enemigo, que, acabado octubre de 1937, tendrá en su mano todos los ingredientes para la victoria final. Franco ya tiene las manos libres para lanzar su macro-ofensiva sobre Madrid y acabar de una vez por todas con una guerra que está durando demasiado.


El desalentador panorama de finales de Octubre de 1937


Los acontecimientos del Norte son seguidos con atención por los Recios, especialmente por Pelayo, que, postrado en una cama ve apagarse con angustia la llama de la resistencia de su patria chica. Los demás, transitoriamente al mando de San Rafael, ascendido a sargento mientras Juan Mari se recupera, participan en la ofensiva de Belchite, participando en la conquista casa por casa de la villa aragonesa. Tras ésto, quedan destinados a una zona tranquila del frente este, con visos a recuperarse para las decisivas jornadas que tendrán lugar a continuación. La Compañía Especial, dado su éxito, va camino de ampliarse y convertirse en Batallón.

Friday, March 16, 2007

Interludio(II): Agosto 1937


Terminada la batalla de Brunete, Franco vuelve a fijar su atención en su objetivo principal: el aislado Norte republicano. El general Fidel Dávila, aprovechando su superioridad, despliega sus fuerzas envolviendo la provincia de Santander. En frente de su curtido ejército tiene unas fuerzas mal preparadas y con una notoria inferioridad numérica. Los republicanos del Norte apenas han sobrepasado la fase miliciana, y, además, su núcleo se compone en esta ocasión de tropas desmoralizadas: vascos que combaten en “tierra extranjera”, conquistada ya Euskadi; y santanderinos apoyados por una población tradicionalmente conservadora. La excepción la constituyen los asturianos, mal armados, pero con una moral de hierro, curtidos en su mayoría en la Revolución de 1934.

El día 14 Dávila da la orden de avanzar. Pese a la resistencia en la montaña (puerto del Escudo), los franquistas, en colaboración con el CTV, conquistan Reinosa al primer envite. Ya ningún obstáculo los separa de la capital santanderina, donde comienzan a hacinarse los refugiados. Las defensas republicanas fallan, se desintegran. El gobierno central republicano lanza angustiosos llamamientos a la resistencia, pues sólo necesita unos días mas para tener preparada una nueva ofensiva a gran escala que distraiga a las fuerzas franquistas, pero es demasiado tarde. Por si las adversidades fueran pocas, el ejército de Euskadi en pleno traiciona a la República. La traición, pactada en Santoña con enviados de Mussolini meses atrás, se consuma el día 25. Los vascos, esperando un trato de favor tras la derrota, que ven inevitable, se entregan en masa. Con todo ya perdido, se intenta una caótica evacuación de Santander, pero las fuerzas de Orden Público se sublevan, entregando a las tropas de Franco la ciudad rendida. Asturias queda, como en 1934, aislada, herida, traicionada; una isla roja entre un mar de enemigos.

Los Panzer entran en Santander.


Mientras Pelayo y Juan Mari se recuperan de sus heridas, el resto de los Recios disfrutan de unos días de descanso antes de desplazarse a los puntos de partida de la nueva ofensiva de ayuda al Norte.

Thursday, March 15, 2007

Interludio(I): Julio 1937

El avance republicano parece imparable. Caen bajo la ofensiva, tras la audaz toma de Brunete el mismo día 6, Villanueva de la Cañada, Quijorna, Villanueva del Pardillo y Villafranca del Castillo en los días sucesivos. Los tanques están a punto de capturar el puesto de mando del bilaureado general Varela, en Boadilla del Monte, quien había sido enviado a toda prisa a detener la marea republicana. Franco, por su parte, ha mordido el anzuelo. Detiene la ofensiva del Norte, enviando varias divisiones y un par de brigadas navarras para tratar de taponar la brecha de Brunete. Con los refuerzos franquistas llega la temible aviación alemana: la modernísima Legión Cóndor, que inclina la balanza notablemente del lado rebelde. Los republicanos pasan a la defensiva, y así, el día 15 se abre la fase de desgaste de la batalla. En los siguientes días se producirán luchas durísimas, bajo condiciones ambientales extremas (mas de 38 grados a la sombra). Por fin, tras mas de dos semanas de lucha sin tregua, los rebeldes recapturan Brunete, pese a la desesperada defensa de las tropas de Líster, atrincheradas en el cementerio.


Supervivientes de la 11 Brigada junto a Pasionaria. La fotografía está tomada justo después de Brunete, puede observarse lo demacrado de los rostros.

Para el día 27 de julio, había acabado la mayor batalla hasta la fecha de la guerra. El saldo de tanto heroísmo: apenas dos kilómetros de territorio yermo arrebatado al enemigo a cambio de más de 37.000 muertos e incontables heridos. El objetivo estratégico de la ofensiva, sin embargo, se había cumplido: la zona republicana del norte disponía de unos días de respiro para preparar sus defensas. Como se vería más adelante, no fue suficiente.


Cuando acabó la batalla, la grande, la apocalíptica, los muertos estaban
por todas partes. Había cientos, miles…tirados en la calle…Y nosotros los
poníamos en pilas de 20, de 30, les echábamos gasolina y un poco de madera para
que ardieran..
Juan Antoraz, testigo de Brunete.



Tras las terribles bajas sufridas en la ofensiva, la Compañía Especial es retirada del frente para ser reestructurada. Entre un rimero de cadáveres, tras una penosa búsqueda, los Recios encuentran el cuerpo de Pelayo Fierro, herido y febril, pero aún con vida. Es trasladado de inmediato a un hospital de campaña, gracias al trato especial que reciben los hombres de Bueno, donde se reunirá con su sargento, Juan Mari Paredes. En un par de meses ambos estarán listos para reincorporarse a filas una vez mas. El resto de miembros de la Compañía vivirán el caos de la retirada, cubriendo a sus camaradas mientras se repliegan. A finales del mes serán enviados de nuevo a su base en Alcalá de Henares en los preparativos de una nueva operación.

Wednesday, March 14, 2007

Brunete (y III)

Pelayo, el asturiano, trepaba con una agilidad asombrosa para su volumen por los balcones de una de las casas. Intentaba apagar el repiqueteo de las botellas de gasolina que pendían de su cinto apretándolas contra su cuerpo. Con el naranjero en bandolera, se colgó de un salto del alféizar y subió a pulso al alero. Tenía una cuenta pendiente con los artilleros fascistas. En unos instantes desapareció de la vista de Peláez, perdiéndose entre los rojos tejados.

Ya tenían ante ellos la gran mole de la iglesia. Se trataba de una rústica construcción del barroco, de anchas paredes y formas rigurosas, rematada por un robusto campanario cerrado por una cúpula. En lo alto, ondeaba lánguidamente, moviéndose por la cálida brisa, la meta de la misión: la bandera fascista, atada rudimentariamente al crucifijo. Mientras Peláez observaba todo esto, Paolo, por su parte, ordenaba a un pequeño grupo rodear la iglesia mientras el núcleo de los soldados corría hacia la puerta oeste. En una carrera se plantaron frente a una gruesa puerta reforzada con hierro. San Rafael la pateó varias veces sin tener éxito. Acuchilló la cerradura con su bayoneta, pero la vieja puerta no se abría. Damián le apartó de un empujón y comenzó a intentar forzar el cierre con toda su sangre fría. En éstas estaban cuando del otro lado de la iglesia comenzó a oírse un intenso tiroteo. El grupo enviado a rodearla las estaba pasando canutas. Tras un par de intentos, el cerrojo cedió. Damián, por medio de gestos, ordenó a Peláez y un par de compañeros que entraran. Los soldados prepararon sus máuseres e irrumpieron en la iglesia, gritando. Peláez sintió una bofetada de calor. La nave principal de la iglesia estaba incendiándose a causa del bombardeo de la aviación. Un enorme cráter crepitaba unos metros por delante de la entrada. El suelo estaba sembrado de cadáveres de falangistas, con las camisas azules ennegrecidas por la sangre y el hollín. Peláez apuntó espasmódicamente el fusil en busca de enemigos: nadie en el altar, nadie en la entrada… en un instante, a medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, pudo ver al enemigo: dos falangistas que les apuntaban parapetados tras unos bancos, frente al cráter humeante. Los republicanos vaciaron sus cargadores sobre ellos, eliminándolos. Peláez contempló con horror cómo uno de los falangistas, herido de muerte, emitía un desgarrador grito al caer de espaldas sobre los rescoldos ardientes.

El resto del pelotón entró en la iglesia, e inmediatamente se dispersó para reconocerla y organizar la defensa. Alcázar, Martínez, el comisario político, Damián, Carlos, el italiano y otros se abalanzaron sobre la escalera que conducía al campanario. Peláez les siguió, acompañado por Baltasarín, un jovial camarada que había conocido en Albacete, cuyo padre era relojero de profesión. Peláez se alegró de dejar atrás la asfixiante estancia principal, ascendiendo por la estrecha escalera de caracol, cada vez mas cerca del objetivo. De pronto, oyó un estampido que venía de la parte de arriba, amplificado por la concavidad del campanario. Y, tras el tiroteo, gritos, golpes. Sus compañeros estaban en peligro. La angostura de la escalera hizo que los soldados se obstruyeran unos a otros, y cuando por fin Peláez pudo llegar al lugar de los combates, todo había ya acabado. La escena era terrible. La sangre goteaba escaleras abajo. En el suelo, dos cadáveres rodeados de decenas de casquillos. Erguido, junto a ellos, el cabo San Rafael, ensangrentado de los pies a la cabeza, con un cuchillo en la mano, como si de un matarife se tratara. Los demás no parecían preocuparse demasiado: la pareja de Guardias de Asalto emplazaba su fusil ametrallador en la ventana oeste, mientras un cabo pedía voluntarios para ascender a sustituir la bandera rebelde por la leal. El italiano se ofreció, pero al asomarse y comprobar cómo abundaba el plomo, chaqueteó como un cobarde. El comisario desenfundó el arma y hubo unos instantes de tensión. Damián, tratando de impedir el desastre, ordenó al propio comisario que cumpliese él con la misión. El orgulloso personaje se encogió de hombros, y prendiéndose la bandera del cinto, se dispuso a salir. El cabo San Rafael tuvo la idea de atar a la cintura del comisario la cuerda de la campana, para reducir los riesgos. Todos fueron a sus puestos, para cubrir en la medida de lo posible con el fuego de sus armas al camarada comisario. Éste contuvo el aliento, se escupió en las manos, y se deslizó hacia el exterior rápidamente, con la bayoneta entre los dientes. Comenzó el tiroteo. Peláez contemplaba atónito la puntería del cabo Damián. Quizá fuesen ciertos los rumores de que había desertado del Tercio.

Oteó las callejas buscando a los camaradas que habían quedado desperdigados, aislados del pelotón, pero no encontró mas que cadáveres. Probablemente estuviesen ya muertos. El pueblo era un hervidero de camisas azules, tomando posiciones para asaltar el campanario y acabar con los intrusos. Peláez podía ver varias columnas de humo elevándose desde varios puntos. Apuntó y disparó varias veces contra los falangistas parapetados en recodos y portales. Probablemente se llevó a alguno por delante, pero cualquiera sabía. Entre los estallidos pudo oír la voz exultante del comisario: ¡Viva la República! ¡Viva el Ejército del Pueblo! ¡Abajo los fascistas! Peláez se sintió confortado, parecía que la misión se había cumplido. Pero su emoción no duró mucho. Martínez, prismáticos en mano, gritaba: -¡Artillería! ¡Los fascistas nos están apuntando!-. Peláez pudo ver con sus propios ojos cómo la boca de una pieza antitanque les apuntaba directamente. El cañón abrió fuego. Todo el campanario tembló, cayendo escombros desde la cúpula sobre los combatientes. El comisario vio ahogados sus gritos de júbilo por la metralla que le atravesó el pecho. Al caer desde la cúpula, el peso muerto hizo tañer a la robusta campana de bronce en lo que parecía ser la hora del juicio para los combatientes republicanos.

Pero, al fin, cuando la muerte sobrevolaba a los supervivientes, llegó el Teniente Bueno con el pelotón penal, atacando la retaguardia de la artillería fascista. Se habían logrado arrastrar hasta situarse a escasos metros de las posiciones rebeldes aprovechando la confusión organizada por los hombres de Paredes. Y, tras ellos, al ver la tricolor ondeando en el pueblo, los tanques y los aguerridos hombres de la 11 Brigada de Líster, cargando por los llanos. Brunete caería en pocas horas.

Armas(XI): Botella de gasolina


Los españoles siempre han tenido una gran creatividad en el arte de dañar al prójimo. Descubrimientos suyos han llegado a dar la vuelta al mundo, incorporándose en ocasiones al vocabulario universal: la quinta columna, la guerra de guerrillas, el pronunciamiento… La botella de gasolina es una de esas estelares invenciones, aunque el término acuñado durante la Segunda Guerra Mundial para designarlos haya tenido mas éxito (cóctel molotov). Se dice que los primeros en emplearlo fueron los moros, en el ataque de los T-26 sobre Seseña. Arrojándolos sobre los radiadores de las grandes moles de acero consiguieron poner en fuga a un buen número de ellos, ante la estupefacción de los tanquistas soviéticos. Desde entonces, las botellas de gasolina han sido parte indispensable en el arsenal de cualquier ejército, guerrilla urbana, grupo antisistema, o congregación de frikis hasta día de hoy.
En la imagen, botella de gasolina (fabricada con una botella de ginebra Larios de la época) y mechero.

Tuesday, March 13, 2007

Brunete (II)



¡Venga, venga! ¡Que nadie se pare!- gritaba el cabo Carvajero a un lado de la hoguera que obstruía parcialmente la calle. Peláez la sobrepasó con el cuerpo de Paredes a cuestas, ayudado por otro camarada. El terrible, asfixiante calor, le hacía respirar con dificultad. El mismo aire, polvoriento, impregnado de humo y gasolina, era casi irrespirable en la estrecha callejuela. Pero Peláez sacó fuerzas de flaqueza cuando pudo ver, cada vez más cerca, su objetivo: la maciza torre del campanario. Un momento… ¿qué brillaba allá en lo alto? Una ráfaga de ametralladora respondió a sus dudas. Instintivamente se puso a cubierto en un portal, al igual que sus compañeros de más adelante.

Peláez buscó con la vista al italiano. En los cuarteles se había comentado que tenía una puntería excepcional. Ahí estaba, apretado contra la blanca pared, apuntando con serenidad el máuser. Un disparo. Le oyó chasquear la lengua. Demasiada distancia. Acerrojó el arma y volvió a disparar. Diana. Levantó el pulgar mirando a su jefe y amigo, el cabo San Rafael, quien dio orden de avanzar. Pero a los pocos metros, justo antes de atravesar la calle que cruzaba el pueblo, el pelotón se paró en seco. ¡Tienen un cañón!- gritó alguien. Qué cabronada. Un cañón a la vuelta de la esquina. Peláez pudo oir, apagadas por el murmullo general, las voces del artillero fascista: -Ángulo rasante, ¡Apunten! -. Los cabos se intercambiaron una rápida mirada. Privados de su superior, se sentían inseguros ante la nueva amenaza. Una voz con acento norteño interrumpió las cavilaciones: -Igual non están faciendo mas que práticas…- sentenció Pelayo. Algunos soldados se rieron pese a la gravedad del momento. -¡Qué coño prácticas!- Respondió San Rafael. – A ver, nos dividimos en dos grupos, y cuando yo de la orden, sale el primero, y, cuando hayan soltado el pepinazo, el segundo corre como si le persiguiera el mismo diablo, ¿entendido? Sin darles tiempo a que recarguen- Los hombres asintieron en silencio.

Peláez agarró con fuerza las piernas de Paredes y lo apretó contra su espalda. Gemía, semiinconsciente. -¡Pues no te queda nada, camarada!-, pensó el soldado para sí. Estaba aterrorizado. Le había tocado cerrar el segundo grupo. San Rafael dio la orden, un tajante “adelante”, y sus hombres emprendieron la carrera. ¡Fuego!, desde las líneas rebeldes, y el consiguiente estampido. Peláez ya no oyó más, sólo ese persistente pitido que seguía a las explosiones, acompañado de la cada vez mas familiar desorientación e ignorancia del peligro, que los poetas solían confundir con el valor. Peláez se encontró a sí mismo corriendo, atravesando una nube de humo y pisando los cuerpos de sus camaradas caídos. Al instante, cuando estaba a punto de alcanzar la protectora esquina, otra explosión. La onda expansiva arrojó al joven por los aires, cayendo unos metros mas allá, de bruces. Peláez se miró. ¡Estaba ileso! Tanteó el cuerpo de Paredes para comprobar que tampoco había sufrido daños. Parece que éste era su día de suerte, pensó al ver los cuerpos mutilados de los camaradas que quedaban en el cruce. Ahora no quedaba más que la última carrera.




Continuará...

Brunete - Parte de bajas


Saturday, March 10, 2007

Organigrama de la Compañía Especial

Pues eso, para los confusos:

Friday, March 09, 2007

Brunete

6 de julio, 1937
-¡Tú, Peláez!- Vociferó Paredes, el oficial al mando del Primer Pelotón- Vete a Suministros y me traes volando una bandera republicana más grande que esta chapuza. Diles que te mando yo.

-Pero mi sargento –Contestó Peláez, titubeante-, ¿y si se niegan a dármela?
-¡La pintas! Y rapidito, que en veinte minutos empieza la zambra.

De camino al campamento, el soldado iba refunfuñando: -Manda cojones. Cuatro meses de instrucción para andar haciendo recados. Claro que en menos que canta un gallo estaré por fin partiéndome la cara contra esos falangios del pueblo. Menuda papeleta. Casi un kilómetro a campo abierto, a pleno sol. Menos mal que me traje los calzones de repuesto, porque me los van a agujerear.

Ante él, una de las tiendas de mando del cuartel general de la 11, con un banderón enorme ondeando a la entrada. Y nadie de guardia.
-Ahora o nunca- pensó Peláez. Se acercó disimuladamente y la arrancó de un par de tirones. Rápidamente la dobló y se la guardó en el macuto. Echó a correr hacia el punto de concentración.

Cuando Peláez llegó, sudando por el intenso calor, se encontró una multitud considerable rodeando al sargento Paredes, que se estaba dirigiendo al pelotón:

- Bueno, camaradas, las órdenes son éstas: nos acercamos al pueblo por el oeste, respaldados por un par de brigadas al mando del teniente Carrasco, aquí presente, que nos cubrirán hasta la entrada. Cuando estemos delante de las alambradas, dejáis sitio a los dinamiteros y a los camaradas que llevan las mantas para pasar el alambre de espino. Una vez dentro, a correr como cabrones hacia el campanario ¿Estamos? Ahora a esperar la señal.

La tropa se dispuso en un semicírculo rodeando Brunete, pegados al terreno para pasar lo más inadvertidos posible. Peláez se enjugó el sudor de la frente con la manga de la camisa. La temperatura era insoportable. Las chicharras daban su monótona serenata, ajenas a lo que estaba a punto de cernirse sobre el pueblo. En el llano que les separaba de las primeras casuchas podían verse los muertos desperdigados de la infructuosa ofensiva del amanecer, hichándose al sol, plagados de moscas y tábanos. El sonido de las chicharras se vio pronto silenciado por los motores de la aviación que se acercaba desde el norte.

-Los nuestros- pensó Peláez, reprimiendo las ganas de erguirse y levantar el puño, como hacía todo el mundo en los primeros días de la guerra cuando veían un avión propio. Creyó contar seis bimotores, de los que llamaban Katiuskas, rodeados por un enjambre de cazas. Una fuerza considerable.

Los aviones sobrevolaron a las tropas concentradas más allá de las casas, y, cuando pasaron por encima del pueblo, abrieron sus compuertas. Como una lluvia, aparentemente inofensivas, vieron caer las bombas. Los soldados se taparon los oídos. En unos segundos, Brunete se convirtió en un infierno.


Ésa era la señal.

Adelante. Adelante. ¡Adelante! La orden se extendió entre los hombres, que se levantaron y comenzaron a caminar como uno solo hacia el pueblo envuelto en polvo y humo. A medida que se iban cubriendo los metros, el polvo se iba asentando, y salieron a relucir los incendios que se propagaban con la brisa sahariana de la Meseta. Peláez creyó escuchar un disparo. Luego otro, otro; una ráfaga. Los hombres comenzaron a caer. ¡A la carga! La carrera final. Ahora veía claramente la barricada y las alambradas que protegían la entrada del pueblo. Los hombres de la Compañía Especial se separaron del resto. Pelayo y los otros lanzaron sus bombas de mano, silenciando la ametralladora fascista. Peláez saltó la primera alambrada sin mucha dificultad, y buscó con la mirada la manta que sus camaradas habían tendido sobre la segunda. En la barricada se luchaba cuerpo a cuerpo. Los oficiales daban órdenes sin cesar, pero Peláez era incapaz de prestarles atención. Con ayuda de otro camarada, saltó la rudimentaria barricada. Cuando cayó del otro lado, se quedó sin aliento. Vio cómo uno de los falangistas al que habían dado por muerto, apuntó su fusil contra el sargento. Quiso gritar, pero el fascista fue más rápido. Un estallido, y el sargento republicano cayó fulminado al suelo. En seguida las balas leales vengaron al compañero muerto. El italiano corrió al cadáver, negó con la cabeza y continuó avanzando. Fue el cabo Joaquín, al examinarlo, quien dio la buena noticia: -¡Aún vive!- Peláez suspiró, aliviado.

Arrastraron su cuerpo hasta un umbral cercano, a cubierto de las balas que menudeaban desde el campanario. El cabo San Rafael trató de cargar con el cuerpo del compañero caído. Peláez creyó ver lágrimas en sus ojos. Damián le había contado que eran compañeros desde el principio de la guerra, que juntos habían fundado un batallón, y que habían estado juntos en todos los grandes fregados hasta el momento. El joven cabo comprendió que no podía compaginar su responsabilidad con la de llevar a cuestas el cuerpo de Paredes.

¡Peláez!- gritó al soldado- ¡Agárrame a éste y no lo sueltes por nada en el mundo! Se que va contra las normas, pero ésta vez haremos una excepción.

Peláez se llevó el puño a la sien en señal de conforme, y cumplió, no sin trabajo, la orden. Mientras lo hacía, pudo ver cómo el resto de la unidad enfilaba por la calle, arrasando con todo a su paso. Chiflo, uno de sus camaradas del entrenamiento, lanzó una botella de gasolina y al instante se vio segado por una ráfaga rebelde. Pelayo, disparando como un poseso, se abrió paso entre la confusión, y, tras él los demás.

Continuará…

Aviones(IV): Tupolev SB-2 "Katiuska"

Los miembros de la 3ª Escuadrilla de Katiuskas posan delante de uno de sus aparatos.


El "Katiuska" (apodo dado en referencia a una popular zarzuela de la época republicana, de ambiente ruso, por la procedencia del aparato) fue el bombardero medio estándar de las FARE(Fuerzas Aéreas de la República Española). La URSS envió 142 unidades en 9 envíos, pero sólo se recibieron 92, pues los 50 del último envío quedaron en zona francesa y fueron devueltos a la URSS. Era un moderno bimotor monoplano, muy rápido, pero se incendiaba con facilidad por la escasa protección de sus depósitos de combustible (el fuselaje era de duralumino). Se trataba en realidad de un avión muy poco probado en origen. Las tripulaciones españolas le sacaron todo el partido que pudieron y tuvieron numerosísimas y destacadas actuaciones, participando en el hundimiento del "Baleares" y el bombardeo del "Deutschland" que tanto irritó a Hitler, amén de los exitosos bombardeos de los aeródromos rebeldes al poco de su llegada. Habiendo la República renunciado a bombardear las ciudades en poder de los rebeldes, los grupos de bombardeo basados en este avión se convirtieron en unidades de aviación táctica con excelentes resultados mientras dispusieron de protección de caza, destacando el ataque rápido a los aeródromos rebeldes. Formaron en el grupo 12 de bombardeo hasta que a principios del 38 es disuelto para formar el 24 grupo de bombardeo. De los 92 aviones recibidos se perdieron 70, 40 por la caza enemiga, 10 en accidentes, y 20 por la AA. Sólo uno fue capturado y expuesto en la exposición del Kursaal de San Sebastián de material tomado al enemigo. Del resto, sólo tres pudieron escapar a Argelia.
Tripulación: 3.
Armamento: Cuatro ametralladoras ShKAS de 7,62 mm y de 600 kg. a 1 tn. de bombas.

Guardia Nocturna


PNJs(XV): Sargento Evilio

Evilio Jandilla es militar profesional. Alto y corpulento, con un gesto severo siempre dibujado en sus facciones mesetarias, mantiene una disciplina de hierro entre sus hombres. La mayoría le odian por su trato brutal, pero no podría ser de otra manera. Evilio manda un pelotón de ex-convictos, asesinos, criminales, bandoleros, que, para reducir su pena, se han alistado en una de las unidades con una vocación más suicida del ejército republicano: las Compañías Especiales del V Cuerpo. Aunque Evilio no puede dar la espalda a sus hombres, tiene un seguro de vida: el miedo que les inspira es más intenso que el odio. Circulan rumores entre la tropa de que es de gatillo fácil con sus propios subordinados. Pocos podrían decir si esto es cierto, pero no hay duda de que su reputación le beneficia. Por lo demás, con los oficiales, Evilio se muestra distante pero respetuoso, buenas cualidades castrenses muy estimadas en el improvisado Ejército Popular.

PNJs(XIV): Sargento Dolores

Lola ronda los treinta y muchos años. No ha tenido una vida fácil, por lo que se deduce de su piel curtida y sus anchas manos callosas, pero ella prefiere no hablar del pasado. La revolución la proporcionó una vida nueva, gracias a sus innatas aptitudes para el mando. Dolores es una mujer de carácter, de eso no hay duda. Estuvo en los combates de la Sierra, y, en la Batalla de Madrid, fue ascendida a cabo y condecorada por su valor. Desde los primeros combates, a Dolores la ha acompañado si inseparable Ana, una joven y atractiva cigarrera madrileña, lo que ha suscitado habladurías sobre si la relación que mantienen es algo más que amistad. Dolores es extremadamente protectora con Ana, por lo que es recomendable no hacer comentarios fuera de lugar en su presencia. Ambas fueron escogidas por Modesto para su Compañía Especial pese a la oposición de algunos superiores a mantener a mujeres en el ejército, pero éste no les prestó oídos. Dolores es una excelente líder de pelotón, y Anita tiene una particular habilidad manejando la ametralladora. Las discrepancias sobre su presencia se disiparon con verlas entrar en acción.

Wednesday, March 07, 2007

Los Pacos


Del sonido que produce el disparo cercano y seco –pac, pa-có,
pa-cum- deriva el nombre de paco que se aplica al tirador que hace
fuego en estas condiciones. El paco suele ser un hombre solitario,
paciente y astuto, con alma de cazador furtivo. Los moros paqueaban
admirablemente de día y de noche. Con una fusila*, un puñado de higos,
una buena provisión de cartuchos y un cacho de peña donde camuflarse, todo el
tiempo les parecía poco para dedicarse a este sangriento y arriesgado deporte.

“-¿Qué es un “paco”?
‘- Un fusil y detrás un moro.”
Lo dice el
jefe legionario Maciá Serrano en la novela La Legión
desnuda
.

Diccionario para un
macuto
, Rafael García Serrano




*En la jerga moruna el fusil era la fusila, y la ametralladora, en la misma línea, la fusila loca.

Saturday, March 03, 2007

La lucha en la Sierra

Os dejo un vídeo en plan Retrospecter de los días de lucha en la Sierra, allá por el principio de la partida, cuando se fraguaron los Recios de la República, para que os pongáis nostálgicos.