Al cruzarse con Bueno, nadie diría que es un oficial. Bajo, desaliñado, algo calvo y con su característico bigotillo se pasea de un lado a otro de los barracones con un aire desenfadado. Dice tener una extraña alergia a los uniformes desde que cumplió el servicio militar en Marruecos, por lo que viste sus correajes encima de una vulgar camiseta de tirantes. Siempre lleva unos ajados y parcheados pantalones de montar, ceñidos a las pantorrillas con unas polainas de vendas, entre las que oculta su “herramienta de trabajo”: un cuchillo toledano de veinte centímetros. Ocasionalmente se cubre la calvicie con una gran boina negra, donde lleva cosidas sus insignias en el lateral, “para que los fascistas no las vean y las agujereen”. Forma parte de la “chusma” de Modesto desde el principio de la guerra. Se conocieron en la Sierra, y allí puso de manifiesto su especial talento para el trabajo sucio. En el combate, Bueno deja su aspecto de pacífico hombrecillo a un lado y se convierte en un demonio, poseído por un instinto de lucha que le hace parecer inmune al miedo. Bueno desprecia los tiroteos a distancia. Prefiere verle los ojos al enemigo, escuchar su último aliento. Pero no es una bestia sanguinaria. Sabe mantener la cabeza fría y es un buen líder. Por eso le eligieron para la Compañía Especial. Bueno tiene la certeza de que no va a salir vivo de esta guerra, pero lo sobrelleva con indiferencia. Sus subordinados creen que no está muy bien de la cabeza, pero mantienen con él una particular empatía.
Thursday, February 15, 2007
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