Carvajero siempre ha puesto ante todo la lealtad ante sus mandos. Cuando en julio le comunicaron que debía sublevarse con su regimiento, no lo dudó un instante. Pero en su fuero interno no siente el odio cerval hacia el enemigo con que sus superiores han inflamado a la tropa. Sabe que los “rojos” no son mas que trabajadores, con aspiraciones muy parecidas a la que él pueda tener. Carvajero no sabe de política, no quiere saber de política. Lo único que le mueve es el honor, ese torcido honor militar africano, aunque no es un exhibicionista al estilo de Millán Astray. Y hay otro rasgo que diferencia a Carvajero de sus compañeros de armas: en combate no le embarga el impulso suicida y el desdén hacia la vida de sus hombres que debería sentir un legionario. Quizá sean estas las razones que le llevaron a rendir la Facultad de Odontología, y no el hambre y las necesidades, como quisiera creer. Cuando se rindió ante los rojos los restos de su bandera estaban harapientos, sedientos, sin munición. Llevaban combatiendo sin descanso desde hacía diez días, y tres días mas sin comunicación de ningún tipo con el exterior. Sin agua, sin comida, atrapados como ratas.
Ahora Carvajero es un rehén del sargento rojo. Éste no parece un delincuente desalmado como la mayoría de sus harapientos subordinados. Parece un hombre de palabra. Confiar en él y hacerse pasar por rojo será la única opción de salir de ésta. Sabe que si vuelve a las líneas nacionales después de haberse rendido, será fusilado. Y no puede arriesgarse a morir así, sin dar la cara una vez más. Sin volver a ver a su mujer, que espera allá en Melilla.
Damián Carvajero es un hombre entrado en los cuarenta. Talludo, alto, con el rostro endurecido por el sol y el polvo africano. Aunque sus captores lo vistan de miliciano, su marcialidad, su bigotillo castrense, le delatan. Esperemos que tenga suerte.
Ahora Carvajero es un rehén del sargento rojo. Éste no parece un delincuente desalmado como la mayoría de sus harapientos subordinados. Parece un hombre de palabra. Confiar en él y hacerse pasar por rojo será la única opción de salir de ésta. Sabe que si vuelve a las líneas nacionales después de haberse rendido, será fusilado. Y no puede arriesgarse a morir así, sin dar la cara una vez más. Sin volver a ver a su mujer, que espera allá en Melilla.
Damián Carvajero es un hombre entrado en los cuarenta. Talludo, alto, con el rostro endurecido por el sol y el polvo africano. Aunque sus captores lo vistan de miliciano, su marcialidad, su bigotillo castrense, le delatan. Esperemos que tenga suerte.
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