Carlos Romero siempre ha sido un militar “de despacho”. Desde pequeño le fascinaron las historias de glorias y derrotas de las tropas españolas en Marruecos, Cubas, Filipinas… De ahí surgió la vocación del joven y aplicado Carlos Romero, hijo menor de una familia de la pequeña burguesía zaragozana. Romero nació en 1869, y pronto se pondrá a trabajar duramente como aprendiz de tornero para poder pagarse los estudios en la Academia de Infantería de Toledo, de la que saldrá graduado en 1895. Desempeñará varios empleos administrativos en las campañas de Cuba y Marruecos, tras las cuales, decepcionado por el atraso en el arte de la guerra existente en España, iniciará una gira por Inglaterra y Francia aprendiendo de las enseñanzas de los veteranos de la Gran Guerra. En 1927 asistirá a uno de los magistrales cursos de Táctica del capitán Vicente Rojo en la Academia de Zaragoza. Los últimos años antes de su retiro los pasará en el recién creado Cuerpo de Seguridad y Asalto, esperando un ascenso que mejore su pensión, y que no llegará hasta 1932, con su nombramiento como Brigada, a la avanzada edad de 62 años.
Hombre apolítico, católico y humanista, la sublevación de julio de 1936 le sorprenderá retirado, pero haciendo honor a sus juramentos, acudirá a la llamada de la República en busca de mandos intermedios, de los que anda especialmente escasa, reincorporándose al servicio activo como asesor del capitán comunista Condés, y sustituyéndole en el mando a su muerte. De la manera más inesperada, dejará su apacible vida de oficial retirado junto a su mujer, hijos y nietos, para poner a prueba sus amplios conocimientos teóricos en el campo de batalla de la lucha fraticida que está desangrando España.
Hombre apolítico, católico y humanista, la sublevación de julio de 1936 le sorprenderá retirado, pero haciendo honor a sus juramentos, acudirá a la llamada de la República en busca de mandos intermedios, de los que anda especialmente escasa, reincorporándose al servicio activo como asesor del capitán comunista Condés, y sustituyéndole en el mando a su muerte. De la manera más inesperada, dejará su apacible vida de oficial retirado junto a su mujer, hijos y nietos, para poner a prueba sus amplios conocimientos teóricos en el campo de batalla de la lucha fraticida que está desangrando España.
El Brigada Romero nunca fue un hombre atlético. No muy alto, con su escaso cabello gris cortado al estilo castrense y oculto tras sus gafas de concha, más parecería un viejo maestro que un militar de no ser porque el uniforme azul de Asalto le sienta como un guante.